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La dueña de una habitación



Como muchos hombres, soy misógino sin darme cuenta y bromeo para hacerme pasar por misógino inconsciente.
He comprendido, no obstante, que mi sandez es meramente masculina y mi inteligencia, en cambio, es andrógina. Si conseguí entender esto fue gracias a la brillantez argumentativa de Virginia Woolf, en un ensayo magistral llamado: A Room of One’s Own, traducido por Borges como Un cuarto propio y publicado por la UNAM en una edición de bolsillo muy bonita.
Lo mejor de los libros no es su exterior por supuesto. Cualquiera sabe que un libro vale por sus palabras. ¿En nuestra sociedad actual a las mujeres las juzgamos como a los libros, por sus palabras o por su apariencia? Creo que esa es nuestra intención y, sin embargo, no es fácil desligarse totalmente de la tradición machista, que durante muchas décadas o siglos ha tenido la sociedad para privilegiar a los varones y para tener bajo control a las mujeres, haciendo que ellas sean exterioridad, es decir, que se concentren en la apariencia, o que se dediquen a las acciones que las convenciones marcan como femeninas. Por esas convenciones, hombres y mujeres hemos perdido una enorme herencia, todo aquello que debimos heredar de la inteligencia femenina y fue amurallado, controlado, excluido para que ellas no perdieran el rol de seres sumisos.
En 1929, cuando le pidieron a Woolf una conferencia sobre las mujeres y la ficción, según cuenta, ella fue consciente de esa exclusión. Si no había tantas escritoras como escritores, si ninguna era comparable con Shakespeare, se debía en buena medida a la discriminación que han padecido. Woolf misma no pudo ser universitaria porque Cambridge en esa época tenía cerradas sus puertas a las mujeres. Estamos en otro siglo, pero vale preguntarnos, ¿cuántas puertas aún están cerradas para las mujeres? ¿No ha sido sumamente atroz en México enterarnos del caso de Eufrosina Cruz a quien le impidieron ser alcalde por su condición femenina?
Las mujeres han ido abriéndose puertas y con ello nos las abren a nosotros, porque si Coleridge tenía razón con respecto a que la gran inteligencia es andrógina, entonces, las palabras y los argumentos femeninos nos habrán de ayudar a pensar mejor como hombres. Necesitamos equilibrio en nuestro mundo desequilibrado y acaso equilibrando en nuestra mente lo femenino y lo masculino, alcancemos una sociedad más inteligente y, con ello, más habitable.
Que no se olvide que las mujeres carecieron durante demasiados años de un cuarto propio, de un espacio para sí mismas, que les faltaba dinero para sentirse libres y que sin una habitación para resguardar sus palabras, vivían a la intemperie, juzgadas por su exterior y no por la valiosa interioridad.






Woolf, Virginia, Un cuarto propio, trad. J. L. Borges, México, UNAM, 2006.




de Viejo $ 20

tiestherido@hotmail.com

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