viernes, 9 de mayo de 2008

Un abuelo que no ha envejecido


La empatía tiene mucho de virtud y algo de debilidad. Así en la vida diaria como en la literatura. Un narrador para poder ser empático necesita virtuosismo, pero también mostrar sus debilidades. Yo agradezco a los escritores que se arriesgan al permitir que el lector se asome a sus miserias emocionales. A mi juicio, uno de los que mejor lo hace es John Fante. Su alter ego, Arturo Bandini, es uno de los narradores más desvergonzados que conozco, y esto, por supuesto, es un elogio.
La desvergüenza es una virtud literaria porque el pudor le estorba al literato. Es verdad que es importante sugerirle explicaciones al lector, pero eso se puede hacer sin esconder o sin tenerle miedo a los sentimientos.
Yo no sé por qué le tengamos miedo a los sentimientos. Quizá tenga que ver con la educación o con la forma que la sociedad ha escogido para reprimir lo que sentimos. Parece que el mundo desea un mundo aséptico. Socialmente no se nos permite odiar fácilmente ni ser presumidos ni rogones, ni una variada cantidad de emociones egoístas, de las cuales no sé si alguien pueda salvarse.
John Fante creó en Arturo Bandini, un prototipo del escritor novel, un engreído sentimental, un exiliado de su familia, alguien que presume su primera publicación como si fuera una maravilla. Y me parece que, al menos para tipos como yo, cuando veo tales desplantes de egocentrismo, no se hacer más que identificarme dichosamente. He ahí el triunfo de un narrador empático.
La empatía no nos hace comprender las contradicciones de las personas. Simplemente nos hace asumirlas como ineludibles. La gente ama y odia al mismo tiempo. No nos podemos considerar buenos ni malos. Ni a nosotros mismos ni a los otros. Los personajes de Fante son así. Contradictorios, inexplicables y un tanto brutales. Para no provenir de un escritor ruso del XIX es impresionante la humanidad que tienen.
Pregúntale al polvo es también una novela de aprendizaje. Bandini aprende a fracasar con las mujeres, a sobrevivir sin un dólar, a malcomer y, sobre todo, a escribir, que es lo que importa para un escritor. Me recuerda a otras novelas de aprendizaje y malos días como Nada de Carmen Laforet, Hambre del Knut Hamsun. Y otras posteriores, porque otra rara virtud de Fante es que parece un escritor actual, como si fuera un abuelo al que no se le ha dado la gana envejecer.

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